domingo, 8 de marzo de 2015



“La pobre cultura de un país rico”


            El alejarse de la fragancia venezolana era como empezar un camino lleno de escasez afectiva. Siempre fue la gentilidad, la alegría y el calor humano lo que encarnaba a una sociedad que nunca imaginó desenvolverse en un océano de valores efímeros. Lo que en su momento acercaba a ese hombre a su tierra, ahora lo aleja. Que lástima, pero se perdió, se perdió, ferozmente se perdió la verdadera riqueza del país: la atractiva, elegante, emprendedora y más deseada cultura venezolana.


            El radiante y conquistador espíritu sensible del que tanto se jactaba el venezolano, hoy envenena. Fue decayendo como un paracaidista sin destino. Aún existe una identificación, forrada de conocimientos vagos y hambrientos, que sostiene el hilo del que cuelga Venezuela. Suena paranoico decir que ahora lo que nos queda es nutrir nuestro cuerpo con rabias, miedos, angustias, desespero, preocupaciones y sobre todo la tristeza de saber que el frío apenas empieza a congelar. La penuria de la que tanto se huyó, ahora nos reina y el doble.


            Lo permitimos, aceptamos que un monstruo nos cambiara y lastimara a la víctima mayor: Venezuela. A diario, nos imponemos a grandes acciones de manera subjetiva, pero al parecer en este caso nos cegaron y juguetearon con nosotros. Así de a poco, y como todo, nos adaptamos; navegamos durante la tormenta e intentamos sobrevivir, gritamos por el terror que vivimos en pleno viaje, pero como en el océano solo está nuestro barco, nadie nos escucha.


            El conformismo aplaude discursos provenientes de un pulverizado intelecto, mientras el cansancio repudia sus palabras. La fuerza mal empleada junto a las acciones e ideologías apasionadas bastaron para formar la emulsión encargada del desorden y retroceso venezolano. Esas, las estancadas élites individualistas, que aborrecen el bienestar social funcionan como las máquinas caminadoras; te ejercitan, pero si no vas a su ritmo, te caes. Son figurillas de indiferencia que contaminan, y ya estamos lo suficientemente infestados como para soportar más.


            Ya no se festeja el amor, sino el odio; la paz se convoca y la guerra se forma; ya no se estudia, ahora se vende; ya no nos quedamos, ahora nos vamos; la división permanece, la unión se encarcela; la gente no respeta, te roba; el futuro se esfuma, el presente nos angustia; ya los medios no informan, solo te entretienen; los profesionales se van; los libros duermen y las armas se ocupan. ¿QUÉ SERÁ DE ESA TRANQUILIDAD Y LIBERTAD QUE TANTO ANHELA VENEZUELA? ¿Será que también huyó? O se cansó de subsistir? Estamos tan sentenciados, que la vida vale menos que el bolívar.   


            Que deambulado concepto de felicidad tenemos, tan errado que decimos ser felices cuando no podemos ni hablar. El venezolano de hoy vive en la felicidad del miedo; en un materialismo que sustituye ese sentimiento subjetivamente positivo. La felicidad puede ser personal, pero existe un obstáculo patriótico que siempre nos une: esa huella de pertenecer a una misma nación, la satisfacción de ser hermanos venezolanos, la tradición de celebrar y ser compadres a raíz de una conversación de cinco minutos, le alegraba el alma a más de uno.


            La felicidad no se trata de no tener que seguir normas ni leyes en ningún aspecto de la vida, muchas personas desconocen que esas medidas son las que te resguardan y mantienen el orden social, tampoco de recibir todo sin hacer el mínimo esfuerzo, ni de vivir de mentiras populares. Este derecho de sentimientos positivos nace y crece en ambientes libres de personalidad, de derecho a la vida, a poder escribir y trabajar con ética, de no tener que robar para comer, de poder comprar lo que se quiere, de conseguir los alimentos y sobre todo de poder vivir sin miedo. Un poder político, sin trastornos, en reguardo a la sociedad intervendría para que su población fuese aptamente feliz. Lamentablemente, existe otro gran problema, y es que tenemos un sistema que crea leyes que le dan paso a la muerte y detiene la expresión. 


            Que profundo desinterés sienten muchos venezolanos hacia el progreso, hacia el triunfo, hacia la paz. Pues, eso es parte del desconocimiento que tienen, ellos, ante esos valores y sentimientos que predominan en otras tierras, pero no en la nuestra. Hoy vivimos como una cadena de pensamientos; tantos problemas y no superamos ninguno, se van superponiendo uno, otro, y a la vez van desapareciendo de nuestra mente y no de la realidad.


            Piensa en todo lo que hemos perdido, no dejemos que nos quiten lo poco que nos queda, que nos maten a más hermanos, ni tampoco que Venezuela quede sola para puros interesados. Tristemente, nuestra tierra se transformó: es rica en lo material y pobre en lo espiritual; de esa mezcla solo surge una estancia vacía. Somos tan pobres que no tenemos un concepto de felicidad en condiciones dignas, tan pobres de lo que realmente nos hace feliz, de lo que nos llena y es tan esencial… somos tan ingenuos.


                                                                                                                       Eylimar Villalobos.

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