“La pobre cultura de un país rico”
El
alejarse de la fragancia venezolana era como empezar un camino lleno de escasez
afectiva. Siempre fue la gentilidad, la alegría y el calor humano lo que
encarnaba a una sociedad que nunca imaginó desenvolverse en un océano de
valores efímeros. Lo que en su momento acercaba a ese hombre a su tierra, ahora
lo aleja. Que lástima, pero se perdió, se perdió, ferozmente se perdió la
verdadera riqueza del país: la atractiva, elegante, emprendedora y más deseada
cultura venezolana.
El
radiante y conquistador espíritu sensible del que tanto se jactaba el
venezolano, hoy envenena. Fue decayendo como un paracaidista sin destino. Aún
existe una identificación, forrada de conocimientos vagos y hambrientos, que
sostiene el hilo del que cuelga Venezuela. Suena paranoico decir que ahora lo
que nos queda es nutrir nuestro cuerpo con rabias, miedos, angustias,
desespero, preocupaciones y sobre todo la tristeza de saber que el frío apenas
empieza a congelar. La penuria de la que tanto se huyó, ahora nos reina y el
doble.
Lo
permitimos, aceptamos que un monstruo nos cambiara y lastimara a la víctima
mayor: Venezuela. A diario, nos imponemos a grandes acciones de manera
subjetiva, pero al parecer en este caso nos cegaron y juguetearon con nosotros.
Así de a poco, y como todo, nos adaptamos; navegamos durante la tormenta e
intentamos sobrevivir, gritamos por el terror que vivimos en pleno viaje, pero
como en el océano solo está nuestro barco, nadie nos escucha.
El
conformismo aplaude discursos provenientes de un pulverizado intelecto,
mientras el cansancio repudia sus palabras. La fuerza mal empleada junto a las
acciones e ideologías apasionadas bastaron para formar la emulsión encargada
del desorden y retroceso venezolano. Esas, las estancadas élites
individualistas, que aborrecen el bienestar social funcionan como las máquinas
caminadoras; te ejercitan, pero si no vas a su ritmo, te caes. Son figurillas
de indiferencia que contaminan, y ya estamos lo suficientemente infestados como
para soportar más.
Ya
no se festeja el amor, sino el odio; la paz se convoca y la guerra se forma; ya
no se estudia, ahora se vende; ya no nos quedamos, ahora nos vamos; la división
permanece, la unión se encarcela; la gente no respeta, te roba; el futuro se
esfuma, el presente nos angustia; ya los medios no informan, solo te
entretienen; los profesionales se van; los libros duermen y las armas se
ocupan. ¿QUÉ SERÁ DE ESA TRANQUILIDAD Y LIBERTAD QUE TANTO ANHELA VENEZUELA?
¿Será que también huyó? O se cansó de subsistir? Estamos tan sentenciados, que
la vida vale menos que el bolívar.
Que
deambulado concepto de felicidad tenemos, tan errado que decimos ser felices
cuando no podemos ni hablar. El venezolano de hoy vive en la felicidad del
miedo; en un materialismo que sustituye ese sentimiento subjetivamente
positivo. La felicidad puede ser personal, pero existe un obstáculo patriótico
que siempre nos une: esa huella de pertenecer a una misma nación, la
satisfacción de ser hermanos venezolanos, la tradición de celebrar y ser
compadres a raíz de una conversación de cinco minutos, le alegraba el alma a
más de uno.
La
felicidad no se trata de no tener que seguir normas ni leyes en ningún aspecto
de la vida, muchas personas desconocen que esas medidas son las que te
resguardan y mantienen el orden social, tampoco de recibir todo sin hacer el
mínimo esfuerzo, ni de vivir de mentiras populares. Este derecho de
sentimientos positivos nace y crece en ambientes libres de personalidad, de
derecho a la vida, a poder escribir y trabajar con ética, de no tener que robar
para comer, de poder comprar lo que se quiere, de conseguir los alimentos y
sobre todo de poder vivir sin miedo. Un poder político, sin trastornos, en
reguardo a la sociedad intervendría para que su población fuese aptamente
feliz. Lamentablemente, existe otro gran problema, y es que tenemos un sistema
que crea leyes que le dan paso a la muerte y detiene la expresión.
Que
profundo desinterés sienten muchos venezolanos hacia el progreso, hacia el
triunfo, hacia la paz. Pues, eso es parte del desconocimiento que tienen,
ellos, ante esos valores y sentimientos que predominan en otras tierras, pero
no en la nuestra. Hoy vivimos como una cadena de pensamientos; tantos problemas
y no superamos ninguno, se van superponiendo uno, otro, y a la vez van
desapareciendo de nuestra mente y no de la realidad.
Piensa
en todo lo que hemos perdido, no dejemos que nos quiten lo poco que nos queda,
que nos maten a más hermanos, ni tampoco que Venezuela quede sola para puros
interesados. Tristemente, nuestra tierra se transformó: es rica en lo material
y pobre en lo espiritual; de esa mezcla solo surge una estancia vacía. Somos
tan pobres que no tenemos un concepto de felicidad en condiciones dignas, tan
pobres de lo que realmente nos hace feliz, de lo que nos llena y es tan
esencial… somos tan ingenuos.
Eylimar Villalobos.
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